Todo comenzó una noche húmeda. Ella temblaba de frío, y él se ofreció a arroparla cariñosamente. Sigilosamente entraron en la habitación y de repente sus manos se encontraron, las estrecharon fuertemente, como si en ello les fuese la vida y acto seguido se fundieron en un apasionado abrazo. No hizo falta nada más, bastaron un par de miradas para gritar todo lo que sus bocas no se atrevían ni siquiera a susurrar. Sin embargo, en ese preciso instante, millones de sentimientos contradictorios irrumpieron en el pensamiento de él, y así se lo hizo saber:
- ¿Tú por dónde vas?
- ... ¿y tú? - preguntó ella tímidamente, por miedo a decir la verdad
- Yo no quiero nada, no estoy preparado para estar atado a nadie
- Yo tampoco, me han hecho mucho daño y no quiero que vuelva a pasarme... Entonces, ¿olvidamos lo de anoche? - preguntó ella, con el fin de corroborar lo que ambos sabían: aquello había terminado
- ...sí - respondío él.
- De acuerdo
Se apoderó de la habitación un profundo silencio que dañaba los oídos, pero se podían escuchar fuertemente sus latios. Finalmente, ella se decídió a romperlo, no podía guardar en sus entrañas aquella duda que le estaba quemando por dentro:
- ¿No vas a dejarme darte el último beso?
Fue entonces cuando él se incorporó y la besó. Se dijeron en aquel beso todo lo que ninguno de los dos se había atrevido a decir en todo el tiempo que se conocían. Fue un beso especial... que nadie, salvo ellos dos, se esperaba.
Así comenzó su historia...
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